Roma, corrían los primeros años del siglo I de la era post Cristo, y los romanos iban en número creciente poblacional, acompañado de los problemas que le eran inherentes, entre ellos la suficiencia alimentaria; eran tiempos de revuelta y convulsión social, lo que no era ajeno a sus emperadores que a su vez luchaban en la cúpula por hacerse del control y del poder absoluto del imperio. Para el siglo II, el poeta romano Juvenal (Decimus Iunius Iuuenalis, 60 d.C.-128 d.C.), – de quien heredamos excepcionales frases de uso contemporáneo –, da cuenta de las tribulaciones y turbas que se vivían, pero solamente podía hacerlo en forma de sátira, so pena de recibir un castigo como el destierro o incluso la muerte. En su sátira X nace la expresión “panem et circenses” (pan y circo), que refería al control del emperador en turno, de las rebeliones sociales con la entrega de alimento (trigo y cereales), así como de espectáculos circenses (gladiadores y carreras de cuadrigas) a cambio de la paz social y de la aceptación ciudadana sobre las decisiones, tanto del emperador como de los senadores.
Tanto el pan como el circo, eran gratuitos, principalmente para la clase de menores recursos, lo cual llevó inevitablemente a un mayor crecimiento poblacional por la migración de las comunidades aledañas hacia Roma, consecuentemente también la demanda del cereal fue creciendo provocando escasez y aumento de precio, lo que provocó un mayor problema al imperio, el cual tuvo que recurrir a la importación del alimento desde otras regiones como Alejandría y Cártago. Como era de esperarse, la población ya solo esperaba obtener trigo gratuito a cambio de no provocar una turba, y el imperio solo provocó un déficit económico que lo llevó a un viaje sin retorno.
Lo anterior es historia, genialmente documentada por las sátiras del gran Juvenal, y ahora podemos dar cuenta de la caída de un gran imperio, que entre sus diversas causas, se señala que no pudo mantener la cohesión entre ciudadanos y gobierno, al provocarles una dependencia alimentaria y de espectáculos a cambio de una fidelidad para la paz, un acuerdo insostenible en el tiempo.
Parece ser que esa historia también es muy conocida por los gobernantes recientes, y más precisamente el del actual México, a sabiendas de que es una herramienta que puede ser usada en cualquier tiempo y en cualquier lugar, siempre lista para ser utilizada en la debilidad humana, embaucar al débil del pensamiento, para darles pan y circo a cambio del moderno sistema de votos. El pan ahora es dinero, a través del nada sofisticado sistema de programas sociales, dividido y diseñado para jóvenes, adultos y muy adultos, todos ellos – claro está – en sectores de bajos recursos económicos y de escaso nivel educativo, tal como fue en aquella Roma de los siglos I y II. El circo ahora son espectáculos gratuitos de grupos musicales populares, que sin importar que sus canciones sean apologías al crimen y delito, al fin de cuentas, como dice el dicho, “gratis hasta pedradas”.
Lo de Roma fue un recurso consecuencial de los momentos que vivían, una solución a un problema que se fue generando con el crecimiento incesante de un imperio, pero lo de México de hoy es una vileza, un abuso consciente y directo del gobierno hacia una población vulnerable desde hace muchos años, un aprovechamiento deleznable de sus necesidades a cambio de un voto para mantenerlos en el poder. Desde luego que apoyar las necesidades de aquellos sectores poblacionales que atraviesan circunstancias o situaciones especiales, es una actividad loable y muy necesaria desde ciertas perspectivas sociales, pero solo hacerlo por una utilidad política resulta humanamente reprobable desde cualquier ángulo.
Esta vergonzosa actividad política presenta una dificultad para su erradicación, pues desde una posición de la sociología, el recibir algo gratis, más barato o con descuento, ya se volvió una cotidianeidad, sobre todo si el intercambio presupone entregar algo que tampoco tiene un costo o precio, como lo es el voto, lo que resulta fácil vender con la idea de obtener un beneficio personal, que incluso puede ser de manera permanente, como lo es la entrega periódica de dinero en un programa social. Por lo tanto, prácticamente la carga para erradicar esta actividad queda del lado del político o funcionario público, y para ello es menester elegir a aquellos que tengan los atributos y valores en favor de las causas nobles, y tener las virtudes necesarias para no atribularse una vez en el poder, tener, desde luego, capacidades cognoscitivas para identificar las acciones correctas y tomar decisiones que le den un buen resultado a esa población vulnerable. En tiempos actuales, parece una utopía que llegue un político con dichos atributos, pero no por ello se debe claudicar en el intento, la penetración de las redes sociales puede generar un ambiente de exigencia y validación, será un proceso largo, pero debe comenzar a la brevedad posible para no permitir que “panem et circenses” haga en México lo que los romanos hicieron a su imperio.
Ph.D. Adrián Gómez Oyanguren.