Ya en una edición anterior hablamos de una crisis derivada de la escasez de semiconductores, que ya rebasó los linderos de la tecnología para dar paso a una nueva “guerra fría tecnológica”.
Y es que hay mucho en juego: gracias a los chips funcionan teléfonos, frigoríficos, tarjetas bancarias, las industrias automotriz y de la guerra –sistemas de cohetes militares, drones armados, vehículos automatizados– y casi toda la sociedad digital actual.
Su fabricación es difícil, requiere máquinas enormes y delicadas, materiales difíciles de conseguir y un enorme soporte técnico. Su producción estaría hoy controlada en 90% por la taiwanesa TSMC.
Estados Unidos y China mantienen una carrera por la fabricación de esos diminutos dispositivos. Si la Guerra Fría original se definió por el desarrollo de armas nucleares, ésta lo hace por el chip informático y motivó grandes esfuerzos del gobierno estadounidense.
En agosto de 2022, su Congreso aprobó la llamada Ley CHIPS, con 280 mil millones de dólares para acelerar la investigación y fabricación nacional de semiconductores. Eso motivó a los estados a ofrecer todo tipo de facilidades e incentivos fiscales para atraer a los fabricantes, quienes ya anunciaron millonarias inversiones en Columbus, Ohio, Nueva York, Texas y Phoenix.
A pesar de las fuertes críticas, porque si bien habrá empleo, crecerá la presión sobre la vivienda, escuelas, hospitales, transporte y otros servicios, todo indica que obtener ventaja sobre China es la prioridad del gobierno de Estados Unidos.
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